martes, 1 de mayo de 2007

EL AMARILLISTA

Abrazo de oso, sin peligro, con la aferrada firmeza del poste de luz que ilumina los brazos de la desconsolada madre…
Los ojos apagados por la incandescencia de una fulgurante ternura que despide la sonrisa del niño.
Rodillas que tiemblan por una suerte incierta o de cierta certeza de saber que nada va a pasar…
Exclusión sistemática, inerte, inhóspita, vertebrada por cuerpos empujados por la inercia pululante, pútrida del común…
Monedas que ruedan junto con los símbolos de riqueza y patria grabados que caen en el, cada día más, dialéctico sifón: la realidad
Giran con desesperación todas las esperanzas y se filtran entre las rejillas cerebrales de estos individuos, fantasmagóricas apariciones de lo que representa el alma humana: miseria y hambre.
Nadie tiene la certeza de tener los pies en la tierra, sino de caminar por entre la miseria y el hambre creyendo que ese es el verdadero camino que los lleva a su felicidad: su trabajo.
Como esclavos barrenderos limpiamos, primero nuestros imaginarios y luego, las calles de vagabundos, de desperdicios sociales. Lo hacemos con fanatismo, con garbo y con una sonrisita hipócrita…
Nuestros hijos aprecian el vicio, el desperdicio que limpiamos, terminamos olvidándolos, viéndolos como productos de eso a lo que ahora aman: la compañía.
Eso, eso es lo de menos: un pensamiento más, una idea fundida en la cabeza de una aparición fotográfica de la ciudad…
De nuestras memorias nunca se ira, por que los diarios amarillistas estarán ahí para recordarnos en última plana- que es la primera- como una indigente “pide monedas” y al mismo tiempo, llora a su hijo muerto en pleno corazón de la ciudad.

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