“Esos gestos
traen recuerdos de otros paisajes, otros tiempos en los que una suerte mejor me
conoció…”
Recuerdo,
Ismael Serrano
“Me ha hecho falta ir a Chatila para captar la obscenidad
del amor y la obscenidad de la muerte. Los cuerpos, en ambos casos, no tienen
nada que esconder: posturas, contorsiones, gestos, expresiones, incluso los
silencios pertenecen a uno y otro mundo.”
Cuatro
horas en Chatila, Jean Genet.
Bosqueja esa canción la
arquitectura de aquella memoria: simulación de ese recuerdo.
¿Cuál es esa mirada que se
entreabre en los parpados, cuál el ensueño aterrador de la ausencia?
Las seductoras obscenidades de
Genet no esconden el gesto de la muerte que reposa en un lenguaje traidor de evocación,
en la representación voraz de una realidad de experiencias pasadas: renovaciones
de una ficción de vuelta atrás.
Adelante, las señales sucesivas
del eterno retorno: letanías, lontananzas…
Fugas del presente, recorridos
atávicos.
Y los silencios no callan, ni en
este, ni en otro mundo.
Ellos son perturbadores silenciosos,
areneros de pesados sueños, fabricantes de pesadillas mudas… rostros pálidos,
lenguas hinchadas, barrigas distendidas y nervios asechando miedos.
Todas las formas que figuran el
objeto de obscenidad y deseo adoptan un espantoso gesto cuando se revela el
soliloquio que invoca su presencia.
¡La imagen habituada al cuerpo
imaginado¡
Imaginación minada, campo de
batalla de las ruinas de la memoria.
Esos rostros se confunden entre el
ideal y la desilusión, el amor y su mortaja…
Una mirada a la ausencia del
vagabundeo de no retorno que anhela el regreso triunfante; una repatriación
después del destierro voluntario.
En este punto, es mejor imaginarse
bajo los cuerpos y los gestos inmortalizados en la narración de sus torsiones y
contorsiones -donde cobran vida-, olvidándonos del hedor con que nos abruman
sus órganos.