domingo, 7 de febrero de 2010

SENTENCIA

Silueteando el rostro del que ha roto su corazón, lo ha envuelto con el vaho de su aliento y le ha desfigurado la sonrisa de su expresión.
Ella lo observa en el silencio de la melodía nocturna que le permite un suspiro, mientras se enciende un cigarrillo a su lado y lentamente se consumen las bajas pasiones, piensa en él mientras enreda sus pestañas en las sinuosidades del cabello de su cómplice.
Ahora, los restos del paladar se aferran a la dulzura de las frases vacías, de la mentirosa atracción de esos cuerpos que sienten fuera de sí; caminan otras veredas y anhelan otros paisajes.
En ese cuarto se contamina los dos y las palabras están prohibidas en los albores del desenfreno.
La oscuridad ya no los encubre y los murmullos se han vuelto gritos que retumban como ecos huertanos de la culpa.
Esa mujer imagina a su hombre, piensa en el complemento que es la otra piel; corta sus alas y se arrastra como una serpiente que ha sido desterrada del paraíso.
Su castigo es su prueba, compartiéndolo con el que a su lado permanece en silencio, meditando sobre el momento adecuado de sacudirse de fantasmas.
la verdad es que los dos piensan en él mientras borran su boceto de las ventanas del cuarto que han convertido en refugio, lo desfiguran con el sudor de sus cuerpos y el humor que emanan solo alcanzará disimular los suspiros, logrará acallar por un instante los ecos y empañará la amargura que en la madrugada se encontrarán de nuevo al cruzar la calle, cada uno por su lado, como el dèjá vu que los ha vuelto amantes.