Todos los descubrimientos terminan por encubrir
algo; parece la más grande paradoja de la humanidad, pero es una simple regla
de la memoria… cómo funciona el tiempo y el espacio en la idea de la muerte? Es
un interrogante que no lograremos despejar fácilmente; si alguna vez algún hombre pensó
que las matemáticas serían el lenguaje universal para cifrar, y luego,
descifrar el mundo, encubrió una terrible verdad… sí, una verdad excepcional, es
decir, sin excepciones: la muerte como única ley universal que se ha cumplido
desde el primer nacimiento.
Clement fijó su mirada en la vitrina de un
pequeño local. Ella entabló un dialogo telepático con su reflejo, yo en cambio
di un vistazo de curiosidad, y más allá del reflejo de Clement descubrí señales
del paso del tiempo en las mutilaciones, grietas…sobretodo en la expresión
vacía de la postura gris de los maniquíes que disputaban un lugar privilegiado
en aquel espacio. Creo, haber repasado aquellas señales en un segundo: paredes
rotas, la frente de Clement, ladrillos roñosos, calles agrietadas… fisuras,
líneas inconexas, ríos secos… la vejez no puede ser lo mismo que la
corrosión! No somos maquinas oxidadas…
pero ¿el olvido? ¿el abandono? No es necesaria la vejez para que suceda!...
Hace tanto que no me atrevía a verme en el
vidrio de un escaparate… de verdad, no disimulé. Estoy segura, debió observarme
todo el mundo! Claro, todos menos Ernest… La imagen de la mujer se ha formado,
en su mayor parte, por lo que informan las siluetas de las vitrinas de los
pequeños y grandes locales comerciales.
La primera vez que me sentí atraída por
mi propia imagen, ella estuvo algunos segundos expuesta en un local de
elegantes maniquíes del Gran Centro Comercial del Parque; fueron pocos instantes,
pues me sentí descubierta por una silueta extraña, luego intenté reconocerme
entre las miles capas silueteadas de una multitud de figuras, incluidas las
líneas inertes de maniquíes gesticulando muecas de satisfacción. Finalmente, me
abrumaron las miradas, mi propia mirada y otras… De ahí en adelante la fusión
de Clement con aquella silueta iniciaría un largo camino narcisista. Si bien la
silueta era incapaz de cobrar vida, en cambio, cobró movimiento y se adaptó al
tiempo. A los 40 esa imagen que había formado de mi misma no era más joven que
yo; de hecho, empezó a consumir desmedidamente el tiempo, mi tiempo. En esa
época Ernest sacó algunos libros viejos que había leído durante su carrera de
literato en esa dichosa Universidad Nacional de Filosofía y Letras. Entre
aquellos libracos me llamó la imagen de uno en particular, cuya caratula medio
amarillenta parecía haberse salvado de un incendio y en la mitad el retrato de
un hombre con la mirada evadida, como si no quisiera ver al frente, al posible
lector pensé. Este hombre estaba enmarcado por un ovalo que parecía un espejo,
luego supe era un retrato: “el retrato de Dorian Gray”.
Después de enfrentarme a semejante historia,
luego de penetrar aquel mundo de una codiciada eternidad… anhelé aquella
eternidad y al contrario del señor Gray, cuando llegó esa idea a mi mente mi
belleza se había disuelto en las miles de vitrinas donde quedó impreso el halo de
mi propia persona, y con este la posibilidad de soñar con la eternidad. Ernest,
habría escrito algunos libros… yo, me dedique a engrosar las galerías de
imágenes de mostrador… ahora me he vuelto a ver en un insignificante vidrio del
Centro. Lo he hecho para reclamar por primera vez lo que me pertenece, mi
propia imagen. Deseo entablar un dialogo con la eternidad, entender la belleza…
y eso sólo llega con los años, con las fisuras, las grietas y los vacíos con que
la memoria, escultora del tiempo, pule la verdadera figura con la cual te has
de entregar a la eternidad de la belleza y su muerte.